maria
19/10/2011, 22:53
Entrevista a Teresa Forcades, monja benedictina, doctora en medicina y en teología
Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
Teresa Forcades es monja benedictina, doctora en medicina y en teología. Tiene un doctorado en salud pública y otro en teología. Entre sus escritos figuran Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas (Cuadernos CiJ 141), La Trinitat, avui (Abadía de Montserrat, 2005) y La teología feminista en la historia (Fragmenta, 2007). Actualmente está radicada en el Monasterio que la Orden benedictina tiene en Montserrat.
Tuve ocasión de saber de la existencia de Teresa Forcades durante la crisis de la pandemia de la gripe A, en la que jugó un importante papel crítico hacia las compañías farmacéuticas y puso en evidencia muchos de los males sociales que hoy nos atenazan con una fuerza y valentía que cautivó a muchos y que devolvió una cierta autoestima a una ciudadanía que estaba comenzando a sufrir los embates de la crisis económica. Más adelante compartimos reflexiones en un programa de TVE2 donde hombres y mujeres de creencias diversas hablamos de la realidad espiritual a partir de los elementos naturales tradicionales. A partir de entonces, la lectura de sus declaraciones y textos no ha dejado de sorprenderme.
Hashim Cabrera. Me sorprende, sobre todo, la naturalidad con la que abordas esas cuestiones difíciles de las que casi nadie quiere hablar. También me llama la atención la doble vertiente de contemplación y acción social que muestra tu trayectoria personal. Tu discurso sugiere una experiencia holística, integral, una superación de la vieja dialéctica entre lo sagrado y lo profano como ámbitos sin conexión alguna. ¿Qué te ha llevado a asumir una posición tan comprometida en temas considerados tabúes por las diversas instancias políticas y religiosas?
— Teresa Forcades. Creo que es fruto del conjunto de mi experiencia: los estudios previos que me permiten evaluar críticamente con conocimiento de causa ciertos postulados en materia de sanidad pública o de investigación biomédica; la vida monástica que me ofrece espacios de silencio y soledad para tomar conciencia a diario de hacia dónde quiero dirigir mi vida y qué sentido le doy; las personas con las que comparto inquietudes y proyectos y la amistad con Dios que me da libertad interior.
Tu discurso nos invita a la unidad trascendente de las religiones tal y como preconizaba René Guenón. En tus palabras se presiente una profunda experiencia mística. Leo que tu tesis doctoral en teología trató el tema de la trinidad. ¿Cómo concibes la relación entre unidad y diversidad?
— La noción de la Trinidad me fascina porque sitúa la diversidad en el ámbito de Dios y no solamente la declara compatible con la unidad, sino que la convierte en su condición de posibilidad: solamente donde hay diversidad puede establecerse la maravilla de amor que llamamos unidad. Si no hay diversidad solamente tendremos uniformidad. La unidad implica distinción. La distinción, la diversidad, no son en este modelo subóptimas como en el pensamiento platónico, sino que pasan a pertenecer al ámbito de lo perfecto. Creo que si nos creyéramos esto muchas cosas cambiarían en nuestras comunidades y familias.
El pensamiento moderno, en su afán analítico y deconstructivo, reconoce y al mismo tiempo propone con toda claridad una división entre lo sagrado y aquello que no lo es. Guénon meditaba, hace ya casi un siglo, sobre la naturaleza de lo sagrado, sobre su papel en la conformación de las visiones tradicionales del mundo y su desenlace en una modernidad que había ido restringiendo y acotando su espacio progresivamente hasta reducirlo a un ámbito privado y casi testimonial en la vida comunitaria de los seres humanos. Ahora que la modernidad nos ha dejado en una tierra hasta cierto punto desacralizada ¿Es concebible una experiencia de lo sagrado, una experiencia de unidad, sin el concurso de las tradiciones religiosas?
— Creo que la iniciativa de la experiencia de lo sagrado siempre es de Dios y que se manifiesta en unas circunstancias y con un lenguaje distinto para cada persona. Las tradiciones religiosas son lugares privilegiados para que se produzca esta experiencia, pero no la agotan y, a veces, son incluso un contratestimonio. La experiencia estética o musical es para muchas personas motivo de conmoción profunda y de gozo secreto; muchas personas se sienten ante la belleza como si se les confiara un secreto al cuál deben la alegría de vivir aunque no puedan describirlo con palabras ni identificarlo con ningún Dios conocido.
Un fenómeno para mí muy significativo es el de la eclosión de las teologías feministas. Hace más de diez años era difícil imaginar una relación coherente entre el feminismo y las tradiciones de sabiduría. Sin embargo, el emergente feminismo islámico, por ejemplo, plantea la emancipación de la mujer en un contexto integral de género, atendiendo sobre todo a los valores, buscando en la Revelación claves teológicas para indagar en las relaciones humanas en general y en las de género en particular. Ahora, visitando la página de la Orden Benedictina de Monserrat, leo que actualmente eres vicepresidenta de la Asociación Europea de Mujeres en la Investigación Teológica (ESWTR) (www.eswtr.org/es), y que has desarrollado una amplia labor intelectual en el ámbito de la ‘teología feminista’. ¿Qué peculiaridades tiene esta teología? ¿Qué fines persigue?
— Para mí lo más importante de la teología feminista es comprender que Dios nos impulsa a trabajar juntos, mujeres y varones, para abrir espacios nuevos que ahora apenas imaginamos, espacios de relación interpersonal más allá de los estereotipos de género y de sus condicionamientos culturales; atrevernos a mirarnos los unos a los otros como si cada uno fuera ‘pieza única’. Salirse de los estereotipos de género en las relaciones concretas es difícil tanto para mujeres como para varones, pero creo que es lo que hacen las personas espirituales.
Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
Teresa Forcades es monja benedictina, doctora en medicina y en teología. Tiene un doctorado en salud pública y otro en teología. Entre sus escritos figuran Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas (Cuadernos CiJ 141), La Trinitat, avui (Abadía de Montserrat, 2005) y La teología feminista en la historia (Fragmenta, 2007). Actualmente está radicada en el Monasterio que la Orden benedictina tiene en Montserrat.
Tuve ocasión de saber de la existencia de Teresa Forcades durante la crisis de la pandemia de la gripe A, en la que jugó un importante papel crítico hacia las compañías farmacéuticas y puso en evidencia muchos de los males sociales que hoy nos atenazan con una fuerza y valentía que cautivó a muchos y que devolvió una cierta autoestima a una ciudadanía que estaba comenzando a sufrir los embates de la crisis económica. Más adelante compartimos reflexiones en un programa de TVE2 donde hombres y mujeres de creencias diversas hablamos de la realidad espiritual a partir de los elementos naturales tradicionales. A partir de entonces, la lectura de sus declaraciones y textos no ha dejado de sorprenderme.
Hashim Cabrera. Me sorprende, sobre todo, la naturalidad con la que abordas esas cuestiones difíciles de las que casi nadie quiere hablar. También me llama la atención la doble vertiente de contemplación y acción social que muestra tu trayectoria personal. Tu discurso sugiere una experiencia holística, integral, una superación de la vieja dialéctica entre lo sagrado y lo profano como ámbitos sin conexión alguna. ¿Qué te ha llevado a asumir una posición tan comprometida en temas considerados tabúes por las diversas instancias políticas y religiosas?
— Teresa Forcades. Creo que es fruto del conjunto de mi experiencia: los estudios previos que me permiten evaluar críticamente con conocimiento de causa ciertos postulados en materia de sanidad pública o de investigación biomédica; la vida monástica que me ofrece espacios de silencio y soledad para tomar conciencia a diario de hacia dónde quiero dirigir mi vida y qué sentido le doy; las personas con las que comparto inquietudes y proyectos y la amistad con Dios que me da libertad interior.
Tu discurso nos invita a la unidad trascendente de las religiones tal y como preconizaba René Guenón. En tus palabras se presiente una profunda experiencia mística. Leo que tu tesis doctoral en teología trató el tema de la trinidad. ¿Cómo concibes la relación entre unidad y diversidad?
— La noción de la Trinidad me fascina porque sitúa la diversidad en el ámbito de Dios y no solamente la declara compatible con la unidad, sino que la convierte en su condición de posibilidad: solamente donde hay diversidad puede establecerse la maravilla de amor que llamamos unidad. Si no hay diversidad solamente tendremos uniformidad. La unidad implica distinción. La distinción, la diversidad, no son en este modelo subóptimas como en el pensamiento platónico, sino que pasan a pertenecer al ámbito de lo perfecto. Creo que si nos creyéramos esto muchas cosas cambiarían en nuestras comunidades y familias.
El pensamiento moderno, en su afán analítico y deconstructivo, reconoce y al mismo tiempo propone con toda claridad una división entre lo sagrado y aquello que no lo es. Guénon meditaba, hace ya casi un siglo, sobre la naturaleza de lo sagrado, sobre su papel en la conformación de las visiones tradicionales del mundo y su desenlace en una modernidad que había ido restringiendo y acotando su espacio progresivamente hasta reducirlo a un ámbito privado y casi testimonial en la vida comunitaria de los seres humanos. Ahora que la modernidad nos ha dejado en una tierra hasta cierto punto desacralizada ¿Es concebible una experiencia de lo sagrado, una experiencia de unidad, sin el concurso de las tradiciones religiosas?
— Creo que la iniciativa de la experiencia de lo sagrado siempre es de Dios y que se manifiesta en unas circunstancias y con un lenguaje distinto para cada persona. Las tradiciones religiosas son lugares privilegiados para que se produzca esta experiencia, pero no la agotan y, a veces, son incluso un contratestimonio. La experiencia estética o musical es para muchas personas motivo de conmoción profunda y de gozo secreto; muchas personas se sienten ante la belleza como si se les confiara un secreto al cuál deben la alegría de vivir aunque no puedan describirlo con palabras ni identificarlo con ningún Dios conocido.
Un fenómeno para mí muy significativo es el de la eclosión de las teologías feministas. Hace más de diez años era difícil imaginar una relación coherente entre el feminismo y las tradiciones de sabiduría. Sin embargo, el emergente feminismo islámico, por ejemplo, plantea la emancipación de la mujer en un contexto integral de género, atendiendo sobre todo a los valores, buscando en la Revelación claves teológicas para indagar en las relaciones humanas en general y en las de género en particular. Ahora, visitando la página de la Orden Benedictina de Monserrat, leo que actualmente eres vicepresidenta de la Asociación Europea de Mujeres en la Investigación Teológica (ESWTR) (www.eswtr.org/es), y que has desarrollado una amplia labor intelectual en el ámbito de la ‘teología feminista’. ¿Qué peculiaridades tiene esta teología? ¿Qué fines persigue?
— Para mí lo más importante de la teología feminista es comprender que Dios nos impulsa a trabajar juntos, mujeres y varones, para abrir espacios nuevos que ahora apenas imaginamos, espacios de relación interpersonal más allá de los estereotipos de género y de sus condicionamientos culturales; atrevernos a mirarnos los unos a los otros como si cada uno fuera ‘pieza única’. Salirse de los estereotipos de género en las relaciones concretas es difícil tanto para mujeres como para varones, pero creo que es lo que hacen las personas espirituales.